
Texto ARANTXA NEYRA | Producción LORETO LÓPEZ-QUESADA | Fotos BELÉN IMAZ
Diáfano, industrial y muy madrileño. El estudio de Juan Baraja en Carabanchel es el reflejo de sus fotografías: un caos ordenado lleno de pequeños tesoros.
Hasta que Juan lo compró, “todo el barrio de Carabanchel” tenía llave del almacén. Allí el dueño del bar de enfrente guardaba sus trastos; los vecinos de arriba tenían unas cajas llenas de juguetes y algunos de los muebles juveniles de pino barnizado, restos del negocio de los antiguos propietarios, habían quedado olvidados. «Hicieron falta seis camiones para vaciarlo antes de iniciar la reforma. Lo único que rescaté fueron las butacas de teatro antiguas y algunas cajoneras” –recuerda el fotógrafo Juan Baraja, su actual y flamante propietario–. Una reforma que más bien consistió en una “limpieza de cara” para conservar el aire industrial del espacio. “La obra fue muy sencilla, quería mantener ‘el rollo’ –explica–: cambiar el techo, poner cuatro lucernarios…».
