DC.es | Florida Ave by Juan Baraja
HAY OTRAS AMÉRICAS, PERO ESTÁN EN LA AVENIDA FLORIDA
La avenida Florida atraviesa el corazón de Washington DC, como si el Estado de Florida lanzara una flecha diagonal hasta Washington State, el otro Washington, y mudara de la playa y los cocodrilos al frío de Seattle, atravesando esta vez el corazón del país. Pero al principio de los tiempos, de los tiempos de Washington (1791), esa calle gastaba otro nombre, distinto al del estado donde te jubilas para compartir aquagym con otros con tu misma dentadura postiza. Boundary Street era el nombre original, porque la calle marcaba el límite, el lugar donde la ciudad se acababa, la frontera. Y cuando la calle estaba a punto de poder llamarse centenaria, pobrecita, en 1890 decidieron rebautizarla, las lindes ya eran otras, la ciudad se había expandido, y los habitantes de esta calle protestaban molestos porque ese nombre, sinónimo de frontera, depreciaba el valor de sus propiedades. Y como si Ponce de León se hubiera dado un salto hacia el norte, Frontera pasó a ser Florida, aunque no por ello los propietarios de sus casas vieran cómo subía por arte de magia su precio, ni se poblara el barrio de pronto de palmeras o jubilados, ni nadie a Dios gracias acudiera allí en busca de parque temático alguno.
Hay otros mundos pero están en este, nos anunció solemne en su día Baudrillard, sin saber que su frase iba a servir para anunciar un perfume. Hay otras Américas, pero están en la calle Florida, viene a apuntar Juan Baraja con esta serie maravillosa, con este proyecto a la vez múltiple y unívoco, diverso y compacto. Porque su recorrido por la Avenida Florida pareciera un íter por todo el país, un clásico road trip, como si al igual que Whitman contenía multitudes, la avenida contuviera en sí misma los matices y las fronteras de este país que es en verdad un continente. Un país que como vemos en algunas de las fotos está todavía por hacer, en construcción, y que abarca lo urbano y lo rural, lo elegante y lo tirado, lo comercial y lo residencial.
Del town house tradicional de los barrios elegantes de DC a la gasolinera que pareciera del medio oeste, de la zona industrial a la poblada de pequeño comercio, la avenida Florida es en efecto para Juan Baraja un país entero, y en él fija su mirada atenta y precisa en el detalle, en una esquina, en un rostro, en unos tomates, del retrato al bodegón, del paisaje a la arquitectura. Muñoz Molina lo llama el fotógrafo del ángulo recto, y al hablar de su fotografía recuerda una cita de Diane Arbus, hay cosas que si yo no las fotografiara nadie las vería. Ese ángulo recto lo aplica aquí a una calle que es diagonal y a la vez curva, que aparece y desaparece, con la que te topas al deambular por DC cuando menos te lo esperas. Y cuando se fija, cuando pone su mirada en algo, ese algo a la vez se detiene y se ennoblece, se paraliza y se eleva. Y por llevarle a Arbus la contraria, no es tanto que cuanto él fotografía tú no lo has visto, es más que cuanto él fotografía tú pasas a verlo de otro modo, no sólo te fijas en esa realidad, esa realidad toma de pronto otro vuelo. Todo encuadre es una elección moral, decía el maestro Truffaut, y eso lo sabe muy bien Baraja. Pero también es una elección moral la segunda parte de su apuesta, la primera es dónde pones el foco, la segunda es cómo lo reflejas. Y aquí entra la pericia, la impresionante capacidad del fotógrafo de detener el tiempo en unos tomates de un puesto callejero, en una piscina que mira al cielo y en él se refleja, en un paseante que es de pronto un retrato, con una luz que parece haber salido sólo de su objetivo. A lo largo de los años Baraja ha ido puliendo su voz, una voz que encuentra la belleza allá donde otros no la ven, que en esa aparente frialdad del ángulo recto vislumbra el espacio para enaltecer y exacerbar todo aquello que encuadra.
Cuando invitamos a Juan a venir a Washington e inaugurar el proyecto DC.es, A gaze of Washington DC by Spanish photographers, organizado por la Oficina Cultural, donde ex becarios de la Academia de Roma dan su visión de esta ciudad, sabíamos que fijaría su mirada en el detalle. Sabíamos también que iba a perderse en la ciudad, sabíamos que había leído a Benjamin cuando escribe que perderse en una ciudad, como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje, sabíamos que él dispone de ese aprendizaje, que sabe perderse. Lo que no sabíamos, cuanto ignorábamos ingenuos, es que iba a regalarnos, a regalarle a la ciudad, una avenida Florida nueva, rebautizada ahora por él ciento treinta años más tarde.
Miguel Albero
Leer texto completo